El neurocirujano italiano Sergio Canavero ha adquirido un notorio protagonismo en numerosos medios divulgativos recientemente[1], tras sus declaraciones acerca de sus pretendidas posibilidades de realizar el primer trasplante de cabeza en humanos en el plazo de dos años. Ya en 2013 el Dr. Canavaro publicó un artículo en el que exponía su pretensión de hacer viable el trasplante de cabeza[2], sugiriendo la utilización de un compuesto químico, el polietilenglicol (PEG) como medio para lograr la reconstrucción tanto de los huesos de la columna vertebral como de las fibras nerviosas de la médula espinal que comunicarán la cabeza del receptor con el cuerpo del donante.
Los experimentos que han tratado de trasplantar una cabeza completa se remontan a 1959, año en el que el periodista americano Edmund Stevens ofrecía la noticia de la obtención de un perro con dos cabezas fruto del experimento llevado a cabo por el científico ruso Vladimir Demikhov[3]. El mismo año, científicos chinos afirmaron haber logrado por dos veces trasplantar la cabeza de un perro en el cuerpo de otro[4].
Un experimento publicado en 1971, dirigido por Robert White[5], consiguió trasplantar la cabeza de un primate (Macaco Rhesus). Logró sobrevivir treinta y seis horas a la operación sin lograr que llegara a mover su cuerpo tras el trasplante.
¿Posible en humanos?
Parece que la pretensión del Dr. Canavero choca, a día de hoy, con una dificultad no resuelta: lograr que la médula seccionada vuelva a conectar sus fibras nerviosas de modo que el cuerpo del donante sea capaz de recuperar la movilidad.
Ningún ensayo ha logrado lo que propone Canavero: reconectar una médula espinal –unos 20 millones de conexiones- utilizando un producto químico como el polietilenglicol. Hoy es ciencia ficción. Al menos así lo afirman varios científicos, como Richard Borgens, director del “Center for Paralysis Research” en la Universidad de Purdue (Estados Unidos), que afirma que no se trata solo de reconectar neuronas, sino hacerlo en el orden preciso que permita recuperar la funcionalidad[6].
Otras dificultades del proceso.
Además de la imposibilidad de reconstruir la funcionalidad de una médula espinal seccionada a día de hoy, mediante procedimientos como el descrito por Canamero, habría que añadir otras dificultades como la del posible rechazo psicológico del receptor hacia el órgano trasplantado, como ha sido descrito en otras ocasiones con el trasplante de distintos miembros miembros[7],[8].
En este caso, al tratarse de todo el cuerpo, este fenómeno podría presentar consecuencias impredecibles.
Por otra parte, el cerebro no puede ser considerado como un órgano más, ni su relación con el resto del cuerpo se reduce a las conexiones neurológicas. Complejos procesos bioquímicos, como la regulación hormonal y otros procesos metabólicos, ligan el cerebro a un organismo concreto, no siendo cosas que puedan intercambiarse. Las consecuencias de este cambio son impredecibles.
¿Trasplante o quimera?
La introducción de material biológico, que es genéticamente distinto al del individuo receptor, es un fenómeno que encontramos en todo trasplante heterólogo. Pero en el caso que nos ocupa, la mayor parte del organismo resultante tras el trasplante, resulta genéticamente distinta al receptor. Podríamos hablar de verdadera quimera o mezcla de dos linajes de células genéticamente distintas en una proporción muy acusada. De hecho, si es el cerebro el que identifica al individuo, éste quedaría como una porción minoritaria dentro de un organismo extraño. Es difícil imaginar las consecuencias del proceso, si llegara a producirse.
¿Puede reconstruirse la médula espinal por otros medios?
Numerosos experimentos en animales han logrado parcialmente reconectar una médula seccionada, pero por procedimientos bien distintos a los sugeridos por Canavero.
La terapia regenerativa con células troncales constituye hoy en día la principal esperanza para lograr que una médula seccionada vuelva a reconectarse, permitiendo la recuperación de la sensibilidad y el movimiento.
Una revisión sistemática publicada en 2013[9], recoge 156 trabajos en los que se han utilizado células troncales para tratar daños medulares en animales, en los que se han utilizado 45 tipos diferentes de estas células, con resultados dispares.
En humanos se ha realizado algún ensayo semejante, trasplantando células de la mucosa olfativa del paciente, tras ser cultivadas adecuadamente, en la médula lesionada, con resultados modestos pero esperanzadores[10].
Aspectos bioéticos.
El cerebro humano constituye el principal referente biológico de su identidad personal. Pero necesita un cuerpo con el que sobrevivir y comunicarse. La persona es su mente y también su cuerpo y este también configura su identidad. Además, su dimensión espiritual, difícilmente localizable anatómicamente, resulta inseparable de su soma y su psique. Pretender unir una cabeza a un cuerpo procedente de un donante representa una drástica fractura de la identidad personal, difícil de asumir.
Además de los problemas que pueden plantearse en cuanto a la aceptación o no por parte del receptor de la nueva realidad –no reconocer como propio el cuerpo que habita-, cabría preguntarse cuál es el fin con que estos experimentos pueden realizarse.
Parecen proponerse fines terapéuticos, como enfermedades degenerativas, en cuyo caso el balance riesgo/beneficio resultaría difícilmente favorable, dada la envergadura de la intervención. Pero pueden proponerse otros, como la no aceptación del propio cuerpo por diferentes motivos, como el caso de un transexual, por ejemplo. ¿Sería esto justificable?
Por otra parte, ¿resulta ético dedicar la gran cantidad de recursos que necesitaría la ejecución un trasplante así, en vez de utilizarlos en otras posibilidades más realistas como la mencionada investigación sobre terapia regenerativa en pacientes con daño medular? Parece que el principio bioético de Justicia podría verse vulnerado en el primer caso.
Por último, ¿debe lanzarse a la opinión pública la pretensión de un proyecto semejante, sin el aval de experiencia alguna que lo acredite como posible, sin ensayos previos exitosos en animales, ni otro aval científico más que sus propias afirmaciones?
Tras el nombre del proyecto liderado por Canavero (Heaven) puede intuirse un intento manipulador de la naturaleza, quizá un jugar a ser dios, o también no pisar en tierra firme (estar en el cielo) ofreciendo expectativas irreales, peligrosas e, incluso, reprobables.
Julio Tudela Cuenca. Miembro del Observatorio de Bioética. Universidad Católica de Valencia
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